A diario recibo una cuantiosa suma de correos que abultan mi ya larga lista de mensajes que permanecen apilados en mi bandeja de entrada, el noventa por ciento de ellos son de personas que divertida, amable, e ingenuamente reenvian correos cadena, en una amplitud de categorías. Los hay cursileros, de espanto, tiernos, caricaturescos, espirituales, sensuales, y de una larga lista de topicos que sería tedioso nombrarlos.
Los llamados correos cadena van ganando adeptos que se multiplican frenéticamente en el ciberespacio, y aunque quizás la única intensión de sus remitentes, sea enviar señales subliminales para lograr que los amigos los quieran más, no cabe duda que para muchos, el ver la bandeja infestada de correos de gélido contenido, produce exactamente el efecto contrario al ansiado por los bien intensionados remitentes.
Se les puede atribuir a este genero pseudo epistolar, una serie de atributos entre los que resaltan su capacidad de encontrar seguidores con singular facilidad y su funcionalidad de boomerans, pues de acuerdo a las experiencias empíricas, regresan a sus remitentes luego de haber dado tal vez un par de vueltas por el mundo cargando firmas adherentes de Sidney, Camberra, Kuala Lumpur, Los Angeles, etc.
Llevo ya mucho tiempo sin que aquellos mensajes me causen molestia, irritación o fastidio, por el contrario comprendo que forman parte ineludible en el constante rediseño y ajuste de las desconcertantes variaciones comunicacionales. Quizás no exista una respuesta única y concreta de su popularidad pero intuyo que en tiempos donde las máquinas irrumpen con más ímpetu en nuestra cotidianeidad, el facilismo y la sistematización de las labores tienen sus efectos; entre ellos el desgaste del lenguaje en su forma escrita, no sólo en su forma tradicional del papel y el lápiz, sino también en su versión mas moderna "el teclado". Pues con más rapidez estos se convierten tan solo en recipientes de pelusa y migas trasnochadas; perdiendo terreno ante quien, con cada vez más autoridad, se convierte en el rey de nuestras aventuras cibernéticas, su majestad, "el mouse".
No soy un verdugo ceñero con los mensajes que infestan mi mensajería. Sin embargo, estos mensajes son escrutinizados de acuerdo a una jerarquía subjetiva de remitente y lo cautivador del título, y si luego de este raudo test llaman mi atención, pasan a una segunda etapa que es darles una pasada de vista fugaz y comprobar si el contenido merece ser revisado. Los que no pasan por esta sensible evaluación son condenados a su inmediato aniquilamiento, y enviados a la papelera, a sufrir indiferencia y olvido.
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