La tasa de natalidad en Japón se contrae cada vez más y entra a niveles preocupantes. Se estima que en los próximos 50 años, Japón habrá perdido un gran porcentaje de su población. Este fenómeno responde a la baja natalidad y al bajo porcentaje migratorio. Lo cual ocasionará conflictos económicos y sociales en un futuro no muy lejano.
Los efectos del declive poblacional son mejor apreciados en las ciudades pequeñas. Las cuales tienen un contraste muy grande con las ciudades cosmopolitas, abarrotadas de gente, donde las muchedumbres se abalanzan por las mañanas a oficinas, escuelas, etc., mientras en los pueblos pequeños en el interior del país, cada día se les va la alegría, pues diariamente las grandes ciudades absorben a cientos de jóvenes, dejándolas, exhaustas, quizás desahuciadas. Además, muchas de las parejas japonesas han decidido nunca tener niños, así, evitarse el esfuerzo y gasto de crianza y educación, prefiriendo viajar por el mundo, disfrutar de su mutua compañía, y envejecer sin contratiempos.
En lo particular me parece inconcebible y egoísta que una pareja descarte la posibilidad de tener descendencia, lo cual es muy frecuente en Japón, tal vez porque casi todas las familias que conozco están conformadas por al menos cuatro o cinco miembros. Mi propia familia pertenece a esos grandes clanes en donde los familiares en las fiestas cumpleañeras, matrimonios, reuniones familiares, etc., conforman la mayoría. Si bien es cierto las familias grandes están cargadas de problemas y un sin número de contratiempos. Lo cierto es que también son fuente de riqueza espiritual, solidaridad, alegrías y penas compartidas, etc.
Siempre me pareció interesante ver que las familias numerosas eran verdaderamente el reflejo de la sociedad. Los hermanos y hermanas, casi siempre tomando bandos, formando subgrupos o facciones que los fortalecen o simplemente se unen porque solos los harían papilla. Juntándose estratégicamente para recibir un mejor trato, un mejor estatus en la familia o nuevamente, para no ser pisoteados por los mayores, que son los que al final tienen más fuerza y terminan por acabar cualquier expectativa de un certero cocacho. Casi siempre en las disputas fraternales, la voluntad del más fuerte se impone.
Felizmente, yo pude apreciar todo esto desde un ventanal muy cómodo, viendo aquellas batallas épicas entre mis primos, que se disputaban naderías como si fueran símbolos de poder y jerarquía. Algunas veces no habían razones aparentes de por medio, pero cuando saltaba alguna gresca, poco importaban los argumentos para arremeter contra el contrincante de turno. Aquellas disputas sólo eran calmadas con los benditos poderes de un San Martín de cinco puntas que se colgaba en la pared de la recámara principal de la familia. Al grito de "cuidado que trae el chicote" todos salían disparados, tratando de escapar de la ráfaga de latigazos que repartía indiscriminadamente, en el mejor de los casos, el jefe de familia que con san martín en mano y unos pocos gritos calmaba las cosas y en el peor de los casos la jefa de la casa que con los ojos obnubilados por la inconducta de su prole, dejaba de lado todo su amor maternal y se convertía en el policía rompe-manifestaciones que ansiaba dejar unos cuantos ramalazos en las aún tiernas nalgas. No escabapa nadie de aquellas inolvidables palizas, e incluso los espectadores accidentales de aquellos sucesos, que sin ser culpables, recibíamos nuestras cuotas de chicotazos tan sólo por haber estado mal parados en el lugar equivocado. Al final, cuando todos estaban a buen recaudo y nuevamente reunidos, las causas que habían originado las disputas, estaban olvidadas y entre todos los hermanos, más sólidos que nunca, arremetían contra el primo o prima de turno que había recibido aquellos accidentales chicotazos y nos convertían en blanco de las burlas, bromas y demás ocurrencias.
Quizás los tiempos de familias numerosas, quedarán como un recuerdo en el futuro, y los historiadores del siguiente siglo, observarán extrañados las enrevesadas y caprichosas formas de convivencia familiar. Quizás mi nieto o nieta, hijo de mi único hijo o hija jamás puedan imaginar como fueron aquellos tiempos de familias enormes llenas de alegría que quedarán en la nostalgia, y quizás yo nunca termine de entender al Japón de hoy que al no tomar conciencia y renovar su población se hace un lento y certero harakiri.
Quizás los tiempos de familias numerosas, quedarán como un recuerdo en el futuro, y los historiadores del siguiente siglo, observarán extrañados las enrevesadas y caprichosas formas de convivencia familiar. Quizás mi nieto o nieta, hijo de mi único hijo o hija jamás puedan imaginar como fueron aquellos tiempos de familias enormes llenas de alegría que quedarán en la nostalgia, y quizás yo nunca termine de entender al Japón de hoy que al no tomar conciencia y renovar su población se hace un lento y certero harakiri.
1 comentario:
Entonces no te demores mucho y comienza ya a tener fernanditos e Yrmitas. ¿O es que quieres ser egoìsta como los japonesitos? Jajaja.
Pero no es mala idea, tener hijos no es fàcil, te lo dice una madre que tiene un hijo que a veces es tan dulce como un ángel derritiendote el corazòn y otras es chuki en persona desesperandote tanto que te preguntas ¿Deberìa tener otro? ¿O es suficiente uno?.
La verdad es que uno no es suficiente ¿Pero tenemos tiempo para criar uno más?.
Lo cierto es que la sensaciòn de ser padres es incomparable con sus buenas y malas experiencias. ¡Inténtalo!
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